jeudi 12 juin 2008

Buscando peces plátanos.

-Si quiere mirarme los pies, digalo -dijo el joven-. Pero, maldita sea, no trate de hacerlo con tanto disimulo.

¿Cómo discimularlo? Aquél lugar privado que podemos ver todos, que solemos vestir especialmente para que sean vistos. Quizás para que llame la atención de quién mira, para que busque la vista de quién pase. Por ahí, hasta gritando para que sean vistos.
Pies, desnudos para que llamen la atención.
Aquél lugar oculto, que pasa desapercibido y rompe en el final irrumpe (traje y zapatillas naranjas, vista por planos, de arriba hacia abajo).
Él, de quién se habla. Él, el interlocutor. Él, el que no tiene presentación. Él, el que aparece en secreto a gritos.
Las transiciones son perfectas. No suaves, son transiciones.
Las ilusiones entran el juego, pequeñas pistas, viñetas sueltas (árboles en los que se gira).

Ver-más-vidrio llega. Estuvo siempre presente, pero cerrará con su ausencia. El texto hasta se separa físicamente, se abre paso hacia el final.
Nos encuentra, se lo encuentra. Se vuelve un poco atrás, se rememora. Él, de quién se habla, el interlocutor, el que no tiene presentación, el que aparece en secreto a gritos; él toma su voz, la alza para callar para siempre.

-Tengo los pies completamente normales y no veo por qué demonios tienen que mirármelos -dijo el joven-. Quinto piso, por favor.

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