jeudi 12 juin 2008

Frontera entra China y París.

(Acerca de "el hombre que ríe")

-Pero no por eso perdí la cabeza. Simplemente me senté a la sombra majestuosa de un gigantesco anuncio publicitario y, aunque lagrimeando, abrí mi fiambrera por hacer algo, confiando a medias en que el Jefe me encontraría. El jefe siempre nos encontraba.

Otra vez: una, dos, tres y hasta cuatro historias. Que aparecen y desaparecen finamente hiladas en el relato del joven (por no decir niño). Datos sueltos que recorren algún camino (quizás algún "carrito" para jóvenes aún más jóvenes, por no decir niños pequeños, por no decir bebés).
Juego del relato, quién relata, como afecta al relato quien relata, como afecta a quien relata el relato.
"El hombre que ríe" es una presencia macabra, macabra y con valores. Que asusta y enseña. Que asusta y enseña, no con el juego del terror: con su accionar. Un relato hasta clásico en uno más ecléctico. Un relato de un final conciso en un relato de final sin final.
Historias de amor, de terror, de historias. Historias con un principio y un final. Historias con un principio y un no-final (¡oh! Socrates, ¿puedes tú decirme que ha acontecido con aquella muchacha que bateaba como ninguna y que un día, de repente, no quiso jugar más?).

-El lobo sustituto, bajo la luz de la luna, a unos pocos metros de distancia, quedó impresionado por el dominio de su idioma que poseía ese desconocido.

Presencias.
Una historia para que la vean aquellas otros. Los cobardes, los otros a aquél. Los otros a esa figura horrible, reveladora de valores. Que asusta y enamora. Querido por delincuentes y animales, abandonado por todo lo demás.

-Lógicamente enfurecido, el "hombre que ríe" se quitó la máscara con la lengua y se enfrentó a lo Duferge con la cara desnuda a la luz de la luna. Mademoiselle Dufarge se desamayó. Su padre tuvo más suerte; casualmente en ese momento le dio un ataque de tos y así se libró del mortifero descubrimiento.

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